Ayer fue un día duro. Me subí en una ambulancia para acompañar a una de las
personas que más me quiero en el mundo en su último viaje. O al menos eso es lo
que nos dijo su médico. Hace una semana se desmayó y pocas horas después nos
daban el diagnóstico: cáncer de ovarios, hemos llegado demasiado tarde, no hay
nada que hacer. Pediremos traslado a un hospital paliativo.
Tal y como nos lo pintó el médico, me imaginé un hospital horrible, a donde
envían a la gente a morir. Habitaciones individuales con pacientes conectados a
tubos, pasillos con gente llorando,....
Tampoco era seguro que llegáramos a ir allí. El medico nos dijo que no
sabía de cuánto tiempo hablábamos. Igual solo quedaban unas horas, igual unos
días, un mes...
Ha sido una semana de angustia cada vez que sonaba el teléfono: será del
hospital? se ha acabado todo ya? Una semana de ver como una persona con una
gran vitalidad se ha ido apagando hasta parecer un cadáver. Aunque los últimos
días ya la veía algo mejor, más lucida dentro de su Alzheimer.
Por fin llegó el día y nos fuimos de una habitación bonita a... ves a saber
dónde. La compañera de habitación y sus acompañantes se nos pusieron a llorar
mientras nos despedíamos porqué sabían nuestro próximo destino. Y yo no quise
ni mirarlos porqué sabía que si lo hacia también me pondría a llorar y la
enferma sabría a donde nos dirigíamos. Aunque no es tonta y ya hace días que lo
sospecha. Al hospital de la muerte como yo lo estaba llamando estos últimos
días con rabia. ¿Por qué no puede venirse a casa en vez de quedarse en una
habitación sola esperando la muerte inminente? Al fin y al cabo no está
conectada a ningún cable.
El traslado fue animado. Los chicos de la ambulancia nos iban haciendo
bromas. Yo no quería ni mirarla. Solo le di mi mano y me dedique a mirar por la
ventana pensando que la próxima vez que se subiera a un vehículo seria para ir
al tanatorio. Pero al final empecé a
mirarla. Estaba súper contenta. Llevaba una semana sin salir del hospital, sin
poder disfrutar de las maravillosas vistas del mar que habían desde su habitación. Ahora miraba la calle, intentaba
orientarse, pero sobre todo lo que le gustó fue ver el sol y el bonito día que
hacía.
Llegamos al hospital y la verdad es que no me pareció tan malo. Bueno, la
primera impresión fue rara ya que había unas 10 sillas de ruedas con sus
ocupantes dentro. Parecía que fueran a hacer una carrera pero en realidad
estaban tomando la fresca en el pasillo... Le dije a mi acompañante si le
apetecía que pidiéramos una e irnos a dar una vuelta en cuando estuviera
instalada y me dijo que sí y que también quería caminar, que llevaba una semana
sin hacerlo. Eso me gustó. La paciente estaba positiva.
Las siguientes horas fueron las típicas de los ingresos: instalación,
visita de las enfermeras, librito explicativo sobre el centro (no vi en ningún
sitio la palabra muerte, sólo me indicaban donde tenemos los juegos, los
libros, el comedor, peluquería,... no entiendo nada). Poco a poco me di cuenta
que el hospital de muertos no era tal. Estábamos en una especia de
residencia-hospital, para gente de cualquier edad la cual en vez de utilizar
una habitación hospital, viene aquí a recuperarse un poco de sus dolores antes
de volver a sus casas. Y sí, también había gente terminal pero no era la norma.
De hecho me encontré a una amiga. Habíamos coincidido sin saberlo en el otro
hospital y a las dos nos habían trasladado ayer hacia este hospital. Habían llegado
antes que nosotras y ya les habían dado el diagnóstico: es cuestión de tiempo.
Mientras la consolaba, me tocó el turno. Entré en el despacho con miedo,
queriendo que me confirmaran ya una fecha porque esto es un malvivir, cada día
que me despido de ti no sé si va a ser el último, si vas a volver a darme un
beso o me vas a volver a abrazar. Y lo que nos dijo nos dejó de piedra: si la
enferma pone de su parte, es decir si come, se va de nuevo a casa y ya volverá
en un futuro. A ver, que también se puede morir durmiendo hoy pero que por el
momento, el resto del cuerpo está bien. Nos hemos enterado de la raíz de sus
males, vamos a intentar que sufra lo menos posible por esos dolores y... a
seguir haciendo vida normal en cuanto recupere un poco las fuerzas. Y sí, la
podré pasear en silla de ruedas por este hospital como ella quiere. (Y en el
otro no me dejaban ni sentarla en el sofá).
Lo primero que pensamos es ¿cómo??? ¿La podremos disfrutar un poco más??
¿Volverá a casa???
Lo segundo es... ¿cómo ha cambiado la opinión de un médico en tan poco
tiempo? De enfermo terminal con muerte inminente a enfermo que seguramente
morirá de cáncer y no de viejo pero al cual todavía no se le está acabando la
vida.
La respuesta está en el dinero. Y es que el primero era un hospital
privado, donde vieron que ya no podían operar, que se quedaría el paciente en
el quirófano. Este viernes necesitan que toda la planta esté vacía. No ha de
quedar ningún paciente para coger a los nuevos el lunes. Esto me lo contó mi
antigua compañera de habitación del hospital, la que se despidió llorando. A su
hermana la habían operado hacia una semana y tenia de margen para curarse hasta
ese viernes, día en que sí o sí le darían el alta. Me quedé bastante
horrorizada la verdad pero no le di más importancia. Pero cuando al cambiar de
médico, y por tanto de hospital y de política, me dijeron que allí nos
ayudarían a que se pusiera mejor, entendí muchas cosas.
Que vergüenza!! Nos tratan como a números y somos personas. Me alegro de que hayas dado con un hospital humano. Y de que puedas disfrutarla cuanto más tiempo mejor. Mucho ánimo preciosa.
ResponderEliminarmuchas gracias
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