miércoles, 15 de abril de 2015

LA ESPERANZA ES LO ULTIMO QUE SE PIERDE

Ayer fue un día duro. Me subí en una ambulancia para acompañar a una de las personas que más me quiero en el mundo en su último viaje. O al menos eso es lo que nos dijo su médico. Hace una semana se desmayó y pocas horas después nos daban el diagnóstico: cáncer de ovarios, hemos llegado demasiado tarde, no hay nada que hacer. Pediremos traslado a un hospital paliativo.

Tal y como nos lo pintó el médico, me imaginé un hospital horrible, a donde envían a la gente a morir. Habitaciones individuales con pacientes conectados a tubos, pasillos con gente llorando,....

Tampoco era seguro que llegáramos a ir allí. El medico nos dijo que no sabía de cuánto tiempo hablábamos. Igual solo quedaban unas horas, igual unos días, un mes...

Ha sido una semana de angustia cada vez que sonaba el teléfono: será del hospital? se ha acabado todo ya? Una semana de ver como una persona con una gran vitalidad se ha ido apagando hasta parecer un cadáver. Aunque los últimos días ya la veía algo mejor, más lucida dentro de su Alzheimer.

Por fin llegó el día y nos fuimos de una habitación bonita a... ves a saber dónde. La compañera de habitación y sus acompañantes se nos pusieron a llorar mientras nos despedíamos porqué sabían nuestro próximo destino. Y yo no quise ni mirarlos porqué sabía que si lo hacia también me pondría a llorar y la enferma sabría a donde nos dirigíamos. Aunque no es tonta y ya hace días que lo sospecha. Al hospital de la muerte como yo lo estaba llamando estos últimos días con rabia. ¿Por qué no puede venirse a casa en vez de quedarse en una habitación sola esperando la muerte inminente? Al fin y al cabo no está conectada a ningún cable.

El traslado fue animado. Los chicos de la ambulancia nos iban haciendo bromas. Yo no quería ni mirarla. Solo le di mi mano y me dedique a mirar por la ventana pensando que la próxima vez que se subiera a un vehículo seria para ir al tanatorio.  Pero al final empecé a mirarla. Estaba súper contenta. Llevaba una semana sin salir del hospital, sin poder disfrutar de las maravillosas vistas del mar que habían desde su habitación. Ahora miraba la calle, intentaba orientarse, pero sobre todo lo que le gustó fue ver el sol y el bonito día que hacía.

Llegamos al hospital y la verdad es que no me pareció tan malo. Bueno, la primera impresión fue rara ya que había unas 10 sillas de ruedas con sus ocupantes dentro. Parecía que fueran a hacer una carrera pero en realidad estaban tomando la fresca en el pasillo... Le dije a mi acompañante si le apetecía que pidiéramos una e irnos a dar una vuelta en cuando estuviera instalada y me dijo que sí y que también quería caminar, que llevaba una semana sin hacerlo. Eso me gustó. La paciente estaba positiva.

Las siguientes horas fueron las típicas de los ingresos: instalación, visita de las enfermeras, librito explicativo sobre el centro (no vi en ningún sitio la palabra muerte, sólo me indicaban donde tenemos los juegos, los libros, el comedor, peluquería,... no entiendo nada). Poco a poco me di cuenta que el hospital de muertos no era tal. Estábamos en una especia de residencia-hospital, para gente de cualquier edad la cual en vez de utilizar una habitación hospital, viene aquí a recuperarse un poco de sus dolores antes de volver a sus casas. Y sí, también había gente terminal pero no era la norma. De hecho me encontré a una amiga. Habíamos coincidido sin saberlo en el otro hospital y a las dos nos habían trasladado ayer hacia este hospital. Habían llegado antes que nosotras y ya les habían dado el diagnóstico: es cuestión de tiempo. Mientras la consolaba, me tocó el turno. Entré en el despacho con miedo, queriendo que me confirmaran ya una fecha porque esto es un malvivir, cada día que me despido de ti no sé si va a ser el último, si vas a volver a darme un beso o me vas a volver a abrazar. Y lo que nos dijo nos dejó de piedra: si la enferma pone de su parte, es decir si come, se va de nuevo a casa y ya volverá en un futuro. A ver, que también se puede morir durmiendo hoy pero que por el momento, el resto del cuerpo está bien. Nos hemos enterado de la raíz de sus males, vamos a intentar que sufra lo menos posible por esos dolores y... a seguir haciendo vida normal en cuanto recupere un poco las fuerzas. Y sí, la podré pasear en silla de ruedas por este hospital como ella quiere. (Y en el otro no me dejaban ni sentarla en el sofá).

Lo primero que pensamos es ¿cómo??? ¿La podremos disfrutar un poco más?? ¿Volverá a casa???

Lo segundo es... ¿cómo ha cambiado la opinión de un médico en tan poco tiempo? De enfermo terminal con muerte inminente a enfermo que seguramente morirá de cáncer y no de viejo pero al cual todavía no se le está acabando la vida.

La respuesta está en el dinero. Y es que el primero era un hospital privado, donde vieron que ya no podían operar, que se quedaría el paciente en el quirófano. Este viernes necesitan que toda la planta esté vacía. No ha de quedar ningún paciente para coger a los nuevos el lunes. Esto me lo contó mi antigua compañera de habitación del hospital, la que se despidió llorando. A su hermana la habían operado hacia una semana y tenia de margen para curarse hasta ese viernes, día en que sí o sí le darían el alta. Me quedé bastante horrorizada la verdad pero no le di más importancia. Pero cuando al cambiar de médico, y por tanto de hospital y de política, me dijeron que allí nos ayudarían a que se pusiera mejor, entendí muchas cosas.

Gracias Dios por darnos una segunda oportunidad y alargar el tiempo que nos queda con ella. Como he dicho en el título, la esperanza es lo último que se pierde. 

2 comentarios:

  1. Que vergüenza!! Nos tratan como a números y somos personas. Me alegro de que hayas dado con un hospital humano. Y de que puedas disfrutarla cuanto más tiempo mejor. Mucho ánimo preciosa.

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